Poemas recomendados de Bolivia
“A través de los versos de sus poetas, Bolivia ha expresado su orgullo por su herencia indígena, su lucha por la justicia y su amor por la tierra que se eleva a grandes alturas. En este post, los introducimos en el mundo de la poesía boliviana para descubrir cómo sus versos han respirado la esencia de esta nación andina y su gente”
Eduardo Mitre
“Para un adiós”
Un abrazo y palabras entrecortadas
habrán dicho el adiós increíble.
Y entre tu cuerpo y el mío
manará sin cesar la distancia.
Como se apela a una hierba mágica
para sanar del mal de ausencia,
escribiré entonces estas líneas.
Y si el tiempo que une y que separa,
lo entrega un día a tu mirada,
léelo, mas no vuelvas la cara.
Hermosa y feliz en tu presente,
no cometas el error de Eurídice;
que yo, al recordar tu dulce voz,
cuidaré que me aten como Ulises.
Ricardo Jaimes Freyre
“Siempre”
¡Tú no sabes cuánto sufro! ¡Tú que has puesto mis tinieblas
en mi noche, y amargura más profunda en mi dolor!
Tú has dejado, como el hierro que se deja en una herida,
en mi oído la caricia dolorosa de tu voz.
Palpitante como un beso; voluptuosa como un beso;
voz que halaga y que se queja; voz de ensueño y de dolor.
Como sigue el ritmo oculto de los astros el océano‚
mi ser todo sigue el ritmo misterioso de tu voz.
¡Oh, me llamas y me hieres! Voy a ti como un sonámbulo
con los brazos extendidos en la sombra y el dolor…
¡Tú no sabes cuánto sufro! Cómo aumenta mi martirio,
temblorosa y desolada, la caricia de tu voz.
¡Oh, el olvido! El fondo obscuro de la noche del olvido
donde guardan los cipreses el sepulcro del Dolor.
Yo he buscado el fondo obscuro de la noche del olvido,
y la noche se poblaba con los ecos de tu voz…
Javier del Granado
“La leyenda de El Dorado”
Bajo el ardiente luminar del trópico,
como el hidalgo Caballero Andante,
jinete en ilusorio rocinante,
sueña don Ñuflo con un país utópico.
En la pupila azul de un lago hipnótico,
ve una ciudad de mármol relumbrante,
almenas de ónix, fuentes de brillante,
y aves canoras de plumaje exótico.
Ve al augusto Paitití en su palacio,
y a caimanes con ojos de esmeralda,
custodiando sus puertas de topacio.
Turba su mente el colosal tesoro.
y en los oleajes de la fronda gualda,
el sol incendia la Leyenda de Oro.
Cé Mendizábal
“Pacífico”
Clavaron un pie en lo hondo
y no se irán.
Han aceptado labrarse en bosques
y ciudades de imágenes perdidas
pero no se irán.
Estas piedras que miran de frente al mar,
que lo oyen más allá de la paciencia
convocando su feroz látigo con ciega convicción,
han aceptado ser escritas, pero no se marcharán.
El océano,
que habla con una sola ronca voz
desde los bordes imaginados de cierta Indochina
hasta esta resquebrajada costa,
sabe de este propósito,
de este vivir con continencia en uno mismo.
Su salado abrazo,
el vaivén que empuja el curso de un perpetuo drama,
ha oído de ese intento
que busca desbaratar con terco ademán.
He aquí los nombres sin olvido posible.
He aquí
sucediéndose en el extendido labio de la playa
con el coro aglutinado
de arrecifes que siguen de cerca,
en el oído de tu memoria.
Pero acaso estés harta de oír siempre lo mismo.
La misma historia insepulta
a cuyo nuevo destino no se sabe
ni se quiere arremeter.
Cada piedra de este sordo límite,
que conoces imborrablemente,
ha aceptado escribirse con un solo ánimo.
Cada línea habla con el desdén de quien ha presenciado
los detalles de tu guerra civil.
Dolor es sólo una de sus opiniones.
Pacífico uno solo de sus nombres.
Blanca Wiethüchter
“El reposo”
Entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.
En un andar del silencio
comienza el mundo
en un olor a fuego
en una hoja
en un cambio de sábanas
en una gana de hacer cosas
no siempre precisas.
Ya no soy la misma
y mis pasos en la voz
resuenan más oscuros.
Otro es el sol que arde
en los crepúsculos que contemplo
viajera inmóvil
pienso
sólo quiero cuidar de lo vivo
y tener luz
para él
y mis niñas.