José Emilio Pacheco – Autor destacado del mes
José Emilio Pacheco (1939 – 2014) fue un poeta, narrador, ensayista y traductor mexicano, considerado uno de los miembros más destacados de la llamada Generación de los Cincuenta.
Si bien su poesía se caracteriza ante todo por una depuración extrema, sus versos carecen están escritos con un lenguaje cotidiano que los hace engañosamente sencillos. La conciencia de lo efímero es uno de sus temas centrales, pero su poesía es a menudo irónica, llena de notas de humor negro y parodia, y muestra una continua experimentación en el plano formal.
Su obra fue reconocida muy pronto y desde sus inicios ya figuraba en antologías al lado de los grandes poetas de Latinoamérica.
Entre sus obras destacadas se encuentran: El viento distante (1963), El principio del placer (1972), La sombra de la Medusa y otros cuentos marginales (1990) y la novela Morirás lejos (1967) y Las batallas del desierto (1981), entre otros.
Poemas destacados
Lluvia de sol
La muchacha desnuda toma el sol
apenas cubierta
por la presencia de las frondas.
Abre su cuerpo al sol
que en lluvia de fuego
la llena de luz.
Entre sus ojos cerrados
la eternidad se vuelve instante de oro.
La luz nació para que el resplandor de este cuerpo
le diera vida.
Un día más
sobrevive la tierra gracias a ella
que sin saberlo
es el sol
entre el rumor de las frondas.
La materia deshecha
Vuelve a mi boca, sílaba, lenguaje
que lo perdido nombra y reconstruye.
Vuelve a tocar, palabra el vasallaje
que con tu propio fuego te destruye.
Regresa pues, canción hasta el paraje
en donde el tiempo acaba mientras fluye.
No hay monte o muro que su paso ataje:
lo perdurable, no el instante, huye.
Ahora te nombro, incendio, y en tu hoguera,
me reconozco: vi en tu llamarada
lo destruido y lo remoto. Era
árbol fugaz de selva calcinada,
palabra que recobra en el sonido
la materia deshecha del olvido.
Fin de siglo
Y la venganza no puede engendrar
sino más sangre derramada.
¿Quién soy:
el guarda de mi hermano o aquel
a quien adiestraron
para aceptar la muerte de los demás,
no la propia muerte?
¿A nombre de qué puedo condenar a muerte
a otros por lo que son o piensan?
Pero ¿cómo dejar impunes
la tortura y el genocidio y el matar de hambre?
No quiero nada para mí.
Sólo anhelo
lo posible imposible:
un mundo sin víctimas.
Cómo lograrlo no está en mi poder.
Escapa a mi pequeñez, a mi pobre intento
de vaciar el mar de sangre que es nuestro siglo
con el cuenco trémulo de la mano.
Mientras escribo llega el crepúsculo.
Cerca de mí los gritos que no han cesado
no me dejan cerrar los ojos.
En resumidas cuentas
¿En dónde está lo que pasó
y qué se hizo de tanta gente?
A medida que avanza el tiempo
vamos haciendo más desconocidos.
De los amores no quedó
ni una señal en la arboleda.
Y los amigos siempre se van.
Son viajeros en los andenes.
Aunque uno existe para los demás
(sin ellos es inexistente),
tan sólo cuenta con la soledad
para contarle todo y sacar cuentas.
El silencio
La silenciosa noche. Aquí en el bosque
no distingo rumores, no, de ninguna especie.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo
(seguramente).
Pero no escucho nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
tan raro, tan escaso se ha vuelto en este mundo
que ya nadie se acuerda como suena,
ya nadie quiere
estar consigo mismo un instante.
Mañana
dejaremos de nuevo la verdadera vida para
mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
a la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?