Poemas recomendados de España

Poemas recomendados de España

La poesía de España es un viaje a través de siglos de historia, cultura y emociones. Desde los versos medievales hasta la poesía contemporánea, los poetas españoles han capturado la esencia del amor, la vida, la naturaleza y la lucha interna del ser humano. Esta selección de poemas abarca una riqueza de estilos y voces, desde el romanticismo hasta el modernismo, pasando por la Generación del 27 y las nuevas voces poéticas.
Dámaso Alonso

“A los que van a nacer”

¡Cuán cerca todavía

de las manos de Dios! ¿Sentís su aliento

rugir entre los cedros del Levante?

¿Hay en vuestras pupilas rabos de oro,

vedijitas, aún, incandescentes,

de la gran lumbrarada creadora?

¿O fraguasteis, tal vez, en su sonrisa

-sonrisillas de Dios, niños dormidos-

y juerga en vuestras salas,

niño eternal, gran inventor de juegos?

Oh, vosotros le veis, seres profundos,

y saltáis en el vientre de la madre.

 

¿Qué peces de colores

os surcan aguas del dorado sueño?

¿Qué divinos esquifes

-juguetes sin engaño-

cruzan el día albar de vuestro cauce?

¿De qué extraña ladera

son esas pedrezuelas diminutas

que bullen al manar de vuestras aguas?

Oh fuentes silenciosas.

Oh soterradas fuentes

de los enormes ríos de la vida.

 

Seréis torrente en furia

que va a rodar al páramo. Seréis

indagación y grito sin respuesta.

Ay, guardad esta luz estremecida.

Ay, refrenad el agua,

volved al centro exacto.

Ay de vosotros.

 

… Ay de estos cieguecitos

de leche no cuajada,

de tierna pulpa vegetal, dormida.

Ay, copos de manteca,

que hacia el mercado vais –de sus ordeños

modelados por Dios, aún en su música,

con las gotas aún de su rocío-

entre las verdes hojas de los úteros.

Ángela Figuera Aymerich

“Nadie sabe”

Abre tus ojos anchos al asombro

cada mañana nueva y acompasa

en místico silencio tu latido

porque un día comienza su voluta

y nadie sabe nada de los días

que se nos van y luego se deshacen

en polvo y sombra. Nadie sabe nada.

 

Pisa la tierra, vierte la simiente,

coge la flor y el fruto: sin palabras,

pues nadie sabe nada de la tierra

muda y fecunda que, en silencio, brota,

y nadie sabe nada de las flores

ni de los frutos ebrios de dulzura.

 

Mira la llamarada de los árboles,

bebiéndose lo azul: contempla, toca

la piedra inmóvil de alma intraducible

y el agua sin contornos que camina

por sus trazados cauces, ignorándolos.

Sueña sobre ellos. Sueña. Sin decirlo.

Pues nadie sabe nada de los árboles

ni de la piedra ni del agua en fuga.

 

Mira las aves altas, desprendidas,

limando el sol al golpe de sus alas;

toma del aire el trino y el gorjeo,

pero no quieras traducir su ritmo,

pues nadie sabe nada de los pájaros.

 

Mira la estrella, vuela hacia su altura,

toma su luz y enciéndete la frente,

pero no inquieras su remoto arcano

pues nadie sabe nada de la estrella.

 

Besa los labios y los ojos; goza

la carne del amante sazonada

secretamente para ti; acomete

con decisión humilde la tarea

del imperioso instinto: crece en ramas

mas nada digas del tremendo rito

pues nadie sabe nada de los besos,

ni del amor ni del placer, ni entiende

la ruda sacudida que nos pone

al hijo concluido entre los brazos.

 

Clama sin grito, llora sin estruendo

pues nadie sabe nada de las lágrimas.

 

Vete a hurtadillas. Con discreto paso.

Traspasa quedamente la frontera.

Pues nadie sabe nada de la muerte.

Todros Abulafia

“Alegría del alma”

Alegría del alma y luz de mis ojos,

vuelve, pues eres mi sol y mi vida;

sin ti, la luz del día es sombra,

y mi alma vaga en la oscuridad perdida.

 

Mi corazón arde en llamas por tu amor,

mi espíritu, sediento de tu boca ansía;

devuélveme la dicha, que en tu ausencia

es la vida muerte, y la esperanza, fría.

Elena Medel

“Madurar”

Madurar

era esto:

no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel

igual que un fruto antiguo.

Colchón justo para los dos; años que chocan la lengua contra los dientes una y otra vez que

se tambalean en la boca

años

del sentido incorrecto.

Con tres hilos de cabeza he tejido mi tiempo:

piensa en vosotros a mi edad, piensa en tres hilos de cabeza, qué te falta, qué te queda;

piensa en tres hilos. Quizá

eso, madurar:

quizá Ulises boca abajo, quizá la orilla boca arriba,

eso que queréis me esperará diez años. Pensad en diez caídas; pensad en

diez hilos de cabeza. ¿Aquello? ¿La madurez? ¿Márchate, olor a lavavajillas, déjame con mi

sueño?

¿O quizá en la boca uvas para el postre del color

de la rodilla que cae al suelo,

de la rodilla que choca contra el suelo? Me tambaleo. Y era yo el zumo en la garganta, y era

yo el frío, era yo

las uñas y el estómago, quién era yo en mis años

con tres, en mi tiempo con diez hilos de cabeza. Hasta mi habitación

por la escalera de incendios un hombre

y su sentido contrario. Diez hilos de cabeza, veinte hilos de su pecho atados a mi pecho,

juro que amé

los golpes de sus piernas. Digo que

madurar era esto: que no pude negarme, digo que mis tres hilos de nada entre los dedos, y

juré chocar y el suelo

lo juré. Pensé al suelo la caída

y el choque contra el suelo. Pensé el aliento pensé dije

tres hilos de cabeza: tambaleo.

Pensé en mi edad y pensé en vosotros y pensé

que nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío en el cajón

de la fruta que se pudre.

Patricio Benito

A tiro

Alejo mi cuerpo del tuyo,

aunque mi alma siga en él.

Aunque se adhiera

a tu ser,

a tu recuerdo,

aunque se imante a tus huesos.

 

Intento atraer mi mente hacia otro lugar:

más calmado, más iluminado,

más alejado de ti.

 

Por inercia te olvidará,

no queda otra.

Tus rincones no son habitables:

son oscuros y húmedos,

agrestes y escarpados;

en ellos siempre se está a tiro.

 

No hay quien se sienta segura

en este amor

que abre la ventana solo a ratos,

airea la alcoba y la tristeza,

y vuelve a expulsarme de allí.