Poemas recomendados de Venezuela

Poemas recomendados de Venezuela

“Venezuela, tierra de contrastes y rica diversidad, ha dado origen a una vasta tradición poética que refleja la multiplicidad de sus paisajes, culturas y experiencias. Entre los poemas recomendados que destacan la esencia de esta nación se encuentran obras de reconocidos poetas venezolanos.”
Eugenio Montejo

“Los árboles”

Hablan poco los árboles, se sabe.

Pasan la vida entera meditando

y moviendo sus ramas.

Basta mirarlos en otoño

cuando se juntan en los parques:

sólo conversan los más viejos,

los que reparten las nubes y los pájaros,

pero su voz se pierde entre las hojas

y muy poco nos llega, casi nada.

 

Es difícil llenar un breve libro

con pensamientos de árboles.

Todo en ellos es vago, fragmentario.

Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito

de un tordo negro, ya en camino a casa,

grito final de quien no aguarda otro verano,

comprendí que en su voz hablaba un árbol,

uno de tantos,

pero no sé qué hacer con ese grito,

no sé cómo anotarlo.

Carlos Osorio Granado

“Destino”

Hay intentos por descubrir la ruta

remontando ríos y en amores

que llegan siempre al mismo punto.

Una memoria los considera

para dejarlos en la casa y cuenta

la misma historia muchas veces.

Es un sueño que empuja hacia otro sueño

donde la muerte come.

Gabriela Kizer

“Puerto Azul”

Ustedes se escondían tras las piedras del malecón.

Tú eras rubia, acaso lo seas todavía.

 

Ustedes caminaban de noche y de día tomados de las manos.

Ustedes sonreían sobre granizados de fruta

y correteaban como niños a la orilla del mar.

 

Era el tiempo de ocultar cigarrillos

en los resquicios de una pared precisa.

 

¿Hasta dónde llegaba el aterrado asombro?

¿Hasta dónde la delicia de las manos ya sueltas?

¿Hasta dónde el sol, el musgo, el choque de las olas,

las voces lejanas, el gesto repetido del cangrejo?

 

Yo lo soñaba.

Punto por punto lo soñaba.

Pero no sé qué soñaba.

 

Mi placer está hecho de esa incógnita.

Yolanda Pantin

“Glacia Perito Moreno”

El poema ha caído como un bloque estrepitoso de hielo.

 

Aquí crecen arbustos de hojas ralas

y hay ovejas que pastan

en suaves desplazamientos;

parecieran no moverse, pero avanzan

sobre la tierra.

 

Yo pensaba acerca del sentido

frente al paisaje,

una manía tan infantil

como hurgarse la nariz

hasta hacerla sangrar.

 

Fue un momento de estupefacción

poética: una masa de frío que se alzaba

setenta metros sobre nosotras.

 

Queríamos tener ante el glaciar

una certeza de impotencia.

 

No es que fuéramos nada,

es que el ruido de la mole al desprenderse

retumbaba

como un corazón abierto.

Guillermo Sucre

“La vida, aún”

¿Dónde quedó la alegría de vivir?

La desaprensiva lentitud en el trato

y la clara mirada del orgullo,

la vislumbre del carácter y el destino,

la mano que sabía prohibir y consagrar,

los cuerpos que dan gracias al alma

y ágiles como la parra se enlazan

en las noches del placer y también

del dolor; todo lo que fue ceremonia,

frugal o generosa celebración ¿ahora

dónde está, bajo cuánto oropel

y odio y oprobio yace? ¿Hay seres

que aún vivan en la amistad del clima,

respiren el hálito de la tierra

cuando amanece, se bañen en el mar

como una purificación? ¿Es hermosa

aún la hermosura, se ilumina su rostro

en los días aciagos y lo amamos

con paciencia?

 

¿O sólo hemos sido

sangre rencorosa, paciente sólo

para la insidia y el ultraje?

¿Conocimos alguna vez la pasión,

el paciente de su larga herida?

¿O apenas nos alcanzó el alma

para la astucia, el requintado

honor, la ávida vanidad? ¿Alguna

vez fuimos justos sin mediar

el escarnio? ¿Y entre tanto ahí

estaba el escarnio desesperado

en la miseria, y piedad

no tuvimos, ni reverencia? ¿Y entretanto,

por todo lo que cuesta ser

hombre, apenas éramos venezolanamente

retrecheros?

 

O sólo fue falaz

la vida, y venal. Sólo ella no supo

ser austera, no se jubiló a tiempo,

ni siquiera tuvo tiempo de sacar

un seguro de vida. A todos

se prostituyó: era demasiado hermosa

y sólo quería dar placer,

o su ilusión. En el fondo, nunca

pensó que iría a morir. Ahora busca

refugio en la memoria, deambula

por jardines desolados creyendo

cifrar en la rosa o el jazmín que amó

el íntimo y desnudo destello

que le prendía al mundo. Se va llenando

de ruinas en la casa que cubre

la hiedra. Se da cuenta que ya no

cuenta, y limpia sus máscaras.

Ahora aprende a vivir su único

rostro: su secreta agonía.