Poemas recomendados de Argentina

Poemas recomendados de Argentina

“Argentina, tierra de pasión, tango y cultura rica, también es cuna de una poesía que refleja la intensidad de su gente y la diversidad de su paisaje. Prepárate para un viaje literario a través de los versos que capturan la pasión y el alma de este país.”
Jorge Luis Borges

“El amenazado”

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.

La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.

¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,

la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,

la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,

los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se

levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.

Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

Ya los ejércitos me cercan, las hordas.

(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)

El nombre de una mujer me delata.

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Alejandra Pizarnik

“A la espera de la oscuridad”

Ese instante que no se olvida

Tan vacío devuelto por las sombras

Tan vacío rechazado por los relojes

Ese pobre instante adoptado por mi ternura

Desnudo desnudo de sangre de alas

Sin ojos para recordar angustias de antaño

Sin labios para recoger el zumo de las violencias

perdidas en el canto de los helados campanarios.

 

Ampáralo niña ciega de alma

Ponle tus cabellos escarchados por el fuego

Abrázalo pequeña estatua de terror.

Señálale el mundo convulsionado a tus pies

A tus pies donde mueren las golondrinas

Tiritantes de pavor frente al futuro

Dile que los suspiros del mar

Humedecen las únicas palabras

Por las que vale vivir.

 

Pero ese instante sudoroso de nada

Acurrucado en la cueva del destino

Sin manos para decir nunca

Sin manos para regalar mariposas

A los niños muertos

Hugo Mujica

“Hay perros que mueren de la muerte de su amo”

Hay perros

que mueren de la muerte de su amo

cuerpos que no hacen el amor,

hacen el miedo

que no se agitan,

 tiemblan.

 

Y hay hombres

en los que muere dios

como una gota de lacre

sobre el pecho

 de un torso de mármol,

son los que lloran cuando creen

estar hablando,

o gritan soñando, pero al alba

olvidan el grito

con que encendieron la noche.

 

Hay hombres en los que gime dios

por no encontrar un hombre

 donde morir de carne,

pero no llora como quien lo hace

solo,

llora como quien llora abrazado a un niño.

Santiago Sylverter

“Nuestro amor se parece”

Nuestro amor se parece

a un viejo reloj que encontré en el fondo del ropero:

está detenido en una hora cualquiera,

vuelto a sí mismo,

intentando una hora contra el tiempo.

 

Nosotros sabemos

que es inútil conservar, como el reloj,

la sombra de lo que llega y pasa,

una hora perdida de las otras.

 

Sin embargo, por costumbre

o por piedad de nosotros,

conservamos también

(como el reloj las ocho menos cuarto)

una hora de besos y palabras

que alguna vez existió

o que jugó a existir,

y que espera el olvido en el fondo de un ropero.

Paulina Vinderman

“Transparencias”

Escríbanme.

Resuelvo en medio de la crisis

volverme carta:

papeles que atraviesen los océanos

como frágiles balsas

(para dar importancia a las tormentas)

Anoche llovió.

Los senderos se embarraron,

atrapé una luciérnaga equivocada

-y esquiva-

y después leí poemas isabelinos

hasta que amaneció

(U n cierto orden es el que sostiene

la soledad

y los abrazos)

Hoy tomé cerveza con un hombre cansado

-de ojos endiabladamente hermosos-

y enmudecimos

frente a un pueblo fantasmagórico

levantado sobre nosotros como una

pintura surreal.

 

Todos los días voy hasta el río

después del café. Todos los días desisto

de mirarme en el agua barrosa.

En realidad, ya ninguna trasparencia es posible,

como si la vida se ocultara a sí misma

en el penacho de los cocoteros.

Como si la vida fuera todo y nada, orgullosa

de sus fosforescencias

hasta en las palabras, que finalmente nada dicen,

nada reclaman

sino el mínimo lugar en un universo

de ruido de sartenes

amores suntuosos

olas que arrasan las orillas

y códigos infinitos para desenterrar tesoros

(casi siempre con palas prestadas

y al amanecer.)