Los cisnes negros
En la isla de Pascua hay un recorrido de moáis sobre la
ladera de la cantera volcánica.
Estas piedras gigantes dispuestas en mi andar imitan
pasos rítmicos de un endecasílabo:
No construyas castillos en el aire.
Son vocablos que se juntan, uno detrás de otro, como
palabras que al azar fijan un soneto.
No construyas castillos en el aire.
Su rostro parco y antiguo, apenas familiar, reforzaba la
voz del volcán que repetía:
No construyas castillos en el aire.
Piedras bajo el paso de mi zapato:
los cisnes negros viven en Australia.
Las leyes de mendel
No gozaré, según las leyes de Mendel,
de esa salud espigada que alcanzan
con la vejez los músicos austríacos.
La enfermedad es un vestigio del amor.
Un movimiento lento
en la remota sinfonía de mi origen.
El gran viaje, como precisaba mi madre.
Un naufragio es seguro —me decía—
carga contigo siempre el horizonte.
La memoria es un origami
Sonríe inerte el rostro de mi padre
en el oxígeno desgastado del retrato.
La imagen arrodilla mi memoria
¿acaso en tinta muerta y no en la sangre
deslía este recuerdo?
Miro fijamente su pupila y oigo
como en un tocadiscos el silencio.
Con papel fotográfico
la memoria elabora sus disfraces.